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El Museo Thyssen-Bornemisza presenta la primera retrospectiva de Cézanne en España en
treinta años, desde la exposición del MEAC de 1984. La muestra, comisariada por Guillermo
Solana, incluye 58 pinturas del artista -49 óleos y 9 acuarelas- procedentes de museos y
colecciones privadas de todo el mundo (incluyendo Estados Unidos, Australia o Japón),
muchas inéditas en nuestro país, que se exponen junto a 9 obras de otros artistas como
Pissarro, Gauguin, Bernard, Derain, Braque, Dufy y Lhote.
La primera sección consta de un solo cuadro, el único
retrato incluido en la exposición: el Retrato de un
campesino, de la colección Thyssen-Bornemisza, uno de
los últimos lienzos en que trabajó antes de su muerte. El
rostro de este viejo campesino ha quedado sin pintar,
como un hueco enigmático. Sabemos que Cézanne,
cuando le faltaba uno de sus modelos, posaba a veces él
mismo ante el espejo. ¿Se trata en realidad de un
autorretrato indirecto del pintor?
El Retrato de un campesino está situado en la terraza del
último estudio del pintor; entre el interior y el aire libre.
Pero esa distinción se supera en el cuadro. La chaqueta
azul se confunde a trozos con la vegetación verdiazul del
jardín, igual que en esas vistas de la Sainte-Victoire donde
montaña y cielo se interpenetran. Desdibujando la frontera entre figura y fondo.
Restaurando la continuidad entre el hombre y la naturaleza.
La segunda sección se centra en los caminos y especialmente en la curva del camino.
Cézanne fue un caminante incansable, que salía al campo a buscar sus motivos y recorría a
pie, bajo el sol o la lluvia, los alrededores de Aix, escalando la montaña Sainte-Victoire con el
morral a la espalda. Odiaba las carreteras modernas; prefería los caminos que se adaptan al
paisaje, con sus cambios de punto de vista, con su expectación y sus sorpresas. Uno de los
motivos más constantes en su obra es la curva del camino, que los paisajistas han utilizado
tradicionalmente para atraer la mirada del espectador hacia el interior del cuadro. Pero en la
pintura de Cézanne, esa entrada en el espacio pictórico se ve frustrada: bloqueda por unos árboles o unas rocas o por la misma topografía. Los
caminos de Cézanne no van a ninguna parte. Incluso
cuando divisamos el cielo al fondo, se parece más a
una pared.
La tercera sección reúne escenas de desnudos y paisajes con árboles. Los cuadros de
bañistas son el único sector de la creación cézanniana que no está pintado del natural, y por
ello se han considerado siempre aparte. Pero al reinterpretarlos en el contexto de sus
paisajes arbolados, sobre todo los pintados en el Jas de
Bouffan, la casa de campo de la familia Cézanne,
adquieren otro sentido. ¿Y si los desnudos sólo fueran
una ensoñación suscitada por los árboles?
Los árboles poseen en Cézanne un valor
antropomórfico. En las escenas de bañistas, árboles y
desnudos se combinan íntimamente: una figura se
esconde detrás de un árbol, o se abraza a él, o se
recuesta sobre él; a veces el árbol parece surgir de un
cuerpo. Otras veces, la figura humana de un cuadro es
sustituida en otro por un árbol, inspirándose
probablemente en las metamorfosis vegetales de la
mitología clásica.
Los bodegones de Cézanne están llenos de ecos de sus paisajes. En este cuarto capítulo se incluyen cuatro naturalezas muertas de la importante serie en torno a un cántaro de gres. Este objeto sin decoración, sin estilo, posee una única cualidad: su vientre
redondo, una forma-madre alrededor de la cual gravitan las cosas. El cántaro de gres no se
parece, como los manteles de Cézanne, a la Sainte-Victoire; pero es un equivalente de la
montaña por su modo de ser un centro.
Su quinta sección tiene como titulo Juego de construcciones. Así como Cézanne convierte sus naturalezas muertas en
paisajes, sus paisajes sin figuras y sin movimiento se transforman fácilmente en naturalezas muertas.
Se suele decir que la naturaleza muerta se caracteriza
por una percepción táctil. El ideal de la percepción táctil
es el objeto de forma regular, geométrica; en el paisaje,
Cézanne obtiene ese efecto recurriendo a la
arquitectura. Casa en Provenza (c. 1885, Indianapolis
Museum of Art) nos recuerda las palabras de Giorgio
de Chirico: “El templo griego está al alcance de la
mano; parece que podamos agarrarlo y llevárnoslo
como un juguete colocado sobre una mesa.” Los
paisajes de Cézanne están sembrados de tejados rojos,
casas como de juguete que funcionan casi como las manzanas sobre las telas de una
naturaleza muerta.
Si en los bodegones de Cézanne la mesa quedaba
enmascarada por las telas que simulaban un paisaje, en sus
paisajes el pintor impone una estructura parecida a la
superficie de una mesa: un primer plano vertical, un plano
horizontal y otro plano vertical de fondo. Esta configuración
en escalera, que empuja nuestra mirada hacia arriba y hacia
el fondo, se desarrolla desde los paisajes de l’Estaque hasta
las vistas de Gardanne. Esto tendrá una influencia decisiva en
los primeros pasos del cubismo, representado en la
exposición por algunas obras de Braque, Derain, Dufy y
Lhote.
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