“La belleza encerrada. De Fra Angelico a Fortuny”
Museo Nacional del Prado
Del 21 de mayo al 10 de noviembre de 2013
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La pradera de San Isidro Francisco de Goya y Lucientes Óleo sobre lienzo, 41,9 x 90,8 cm 1788 Madrid, Museo Nacional del Prado |
Las salas de exposiciones temporales del Museo se han
convertido en una sucesión de gabinetes ordenados a lo largo de 17 espacios de mayor
o menor amplitud y de distintos formatos para dar la bienvenida a las 281 obras a
través de un recorrido histórico-artístico que, por primera vez en la historia de la
institución, analiza los orígenes de las obras de pequeño formato y resume la colección
del Prado más íntimo.
Todos los géneros y los temas -desde la mitología, las imágenes de devoción y los
retratos, a la naturaleza, a la reflexión sobre el ser humano, la exaltación del poder y la
vida cotidiana-, y también, los diferentes soportes y técnicas -cristal, mármol, tabla, lienzo, pizarra, cobre y hojalata- se mezclan en esta inédita exposición para reflejar la
riqueza y variedad de este resumen de la colección del Museo.
Habitualmente a la sombra de los grandes cuadros de la colección, bocetos
preparatorios, pequeños retratos, cuadros de gabinete, esculturas y relieves se muestran
aquí en todo su esplendor para acaparar la atención preferente del espectador en unas
condiciones ideales de proximidad y reflexión que no se consiguen en las salas de la
colección permanente.
Correspondiente a todo el arco temporal que abarcan las colecciones del Museo, de
finales del siglo II dC –la escultura en mármol Atenea Partenos- a los umbrales del
siglo XX –Fortuny, Madrazo y Rosales entre otros-, este conjunto de obras cobra un
inédito protagonismo en la exposición a través de un sorprendente montaje que facilita
su contemplación más íntima y su inmersión en la extraordinaria belleza que encierran,
su originalidad y su rareza.
La constante invitación al público a mirar las pinturas expuestas a través de recursos
expositivos diferentes a los habituales como ventanas, ‘cámaras oscuras’ o el colgado de
las obras, que están a la altura de los ojos del visitante, permitirá disfrutar en “privado”
y en detalle de este Prado, exquisito y concentrado, que no siempre goza de la
posibilidad de exponerse o que, aún expuesto, encuentra dificultad para captar su
atención. Un resumen de la excelencia contenida en las colecciones del Museo en su
más mínima y particular expresión.
Precisamente, con el fin de asegurar la idónea apreciación de estas bellezas encerradas, el
Museo ha hecho un extraordinario esfuerzo para restaurar más de setenta obras de la
exposición. Algunas de estas obras, unas cincuenta no se habían visto en los últimos
años y cobrarán un inusual protagonismo en esta exposición.
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La Oración en el huerto con el donante Luis I de Orleans Anónimo francés Temple sobre tabla, 56,5 x 42 cm h. 1405 – 1408 Madrid, Museo Nacional del Prado |
17 Salas
Una copia de época romana de Palas Atenea en mármol blanco, reducida del original
de Fidias para el Partenón de Atenas, recibe al espectador como diosa de la Sabiduría y
las Artes para presidir el esquema expositivo de las 16 salas restantes que conforman la
muestra.
Su sala contigua abre el camino del arte en pequeño formato con una cruz de cristal de
roca, cobre y marfil del siglo XIV. La predela de La Anunciación de Fra Angelico se
sitúa, por primera, a la altura de los ojos del visitante adquiriendo así un protagonismo
inusual. Junto a ella pequeños cuadros de devoción como la recién adquirida tabla
francesa La Oración en el huerto con el donante Luis I de Orleans. En esta misma
sala y a través de unas ranuras en el muro, el visitante concentrará su mirada en las
moralizantes escenas pintadas por los Aspertini en los frontales de sendos arcones de
boda.
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Extracción de la piedra de la locura El Bosco Óleo sobre tabla, 48,5 x 34,5 cm h. 1500 - 1510 Madrid, Museo Nacional del Prado |
La Piedad de Roger van der Weyden se asienta en la tercera sala junto a las obras
moralizantes de El Bosco y el interés humanista por el mundo físico de Patinir. En
este ámbito puede verse también el Autorretrato de Durero, a través del cual se
evidencia el cambio de orden y cómo a partir de ahora el artista nunca más será un
siervo.
La presencia de Felipe II domina el cuarto espacio dedicado a la escultura para ocupar
espacios íntimos como Meleagro de Cosini o el relieve de Francisco I de Medici. La
influencia de Durero también se deja ver en esta sala con una copia en marfil de su
famoso grabado de Adán y Eva.
En la quinta sala, una copia romana de Afrodita da paso al orden clásico de Rafael y
Andrea del Sarto y a las diferentes interpretaciones del arte de la escuela italiana: el
colorido y lujo veneciano de Veronese frente al claroscuro de los Bassano y el
manierismo del norte junto al naturalismo clasicista de Carracci o Guido Reni.
Retratos de Moro, El Greco, Sánchez Coello, Orrente y de Velázquez cómo su
Francisco Pacheco protagonizan la sexta sala. Función importante de la pintura en el
siglo XVI fue la de copiar en pequeño grandes cuadros de altar, para disfrutar de ellos
en un ámbito privado. Es el caso de dos copias de originales de Corregio incluidas en
esta sala y que se muestran junto a la delicada Virgen con el Niño y san Juan del gran
maestro.
Rubens aparece como protagonista de una sala dedicada a las series como la de Los
Sentidos en la que colabora con Jan Brueghel el Viejo o la serie de preparatorios para
las pinturas de la Torre de la Parada que han recuperado todo su exquisito colorido
y dinámico movimiento gracias a su reciente restauración.
La octava sala despliega bodegones y floreros que evidencian el concepto de vanitas que
subyace en el arte del siglo XVII. Los recientemente restaurados Pájaros muertos
emergen tras su limpieza bajo una solemne hornacina de fondo antes no visible, y se
contemplan junto al no menos impresionante fondo oscuro del Agnus Dei de
Zurbarán. Un pequeñísimo retrato de Mariana de Austria pintado por un anónimo a
partir de las facciones que de ella dejó Velázquez cierra esta sala y recuerda que entre
los atributos de las reinas estaban las flores, dando paso así a la novena sala que toma
carta de naturaleza.
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Vista del jardín de la Villa Medici en Roma Diego Velázquez Óleo sobre lienzo, 48,5 x 43 cm h. 1630 Madrid, Museo Nacional del Prado |
Aquí desaparecen las historias como en el Paisaje de Brueghel el Viejo y el Paisaje con
cascada de Dughet hasta llegar a la independencia total del género que culmina en las
espléndidas Vistas de la Villa Medici de Velázquez que nunca antes se habían
podido contemplar con el recogimiento que ofrece el montaje de la exposición. Dos
obras de Claudio de Lorena y Domenichino recuerdan el concepto de ‘paisaje clásico’
que recrea el mundo antiguo, y la Torre de Babel del flamenco Pieter Brueghel el
Joven -recién restaurada- refleja el camino de artistas nórdicos afincados en Italia,
como Bramer, que interpretarían los temas clásicos desde otra sensibilidad.
La décima sala del recorrido evidencia cómo los cuadros de gabinete se presentan, en el
siglo XVII, de forma independiente y fragmentada, reflejando el gusto por representar
de forma seriada la vida que pasa ante el artista. Dos de los ejemplos que lo demuestran
en esta sección son los cuatro bocetos del hijo pródigo de Murillo, y la serie que relata la historia de Reinaldo y Armida de Teniers. El Tratado de las pasiones del alma de
Descartes se resume en la serie de 6 cuadritos de monos que cierran la sala como un
satírico retrato de las actividades de hombres y mujeres.
Las escenas de caza del flamenco Wouwerman unen esta undécima sala con las
anteriores a través de paisajes abiertos a los que se suman las escenas religiosas de
Murillo anunciando la llegada del siglo de Goya que puede entreverse a través de una
hendidura en el muro.
En la duodécima sala, la primera del siglo XVIII, los monarcas de la casa de Borbón,
Carlos II de Austria y Mariana de Neoburgo reciben al visitante junto a un boceto de la
Familia de Felipe V de Jean Ranc.
El incendio del Alcázar marca la pintura que se exhibe en la sala decimotercera, ya que
en ella se pueden contemplar muchos de los bocetos que Giaquinto, Tiepolo y Bayeu
realizaron como preparación para las obras destinadas a decorar la nueva residencia
real.
En la siguiente sala, la número catorce, se muestra la obra de pequeño formato de Luis
Paret, uno de los artistas más apreciados del siglo XVIII español. Cabe destacar entre
las diez obras de la sala, el cuadrito de gabinete, Muchacha durmiendo, que se
muestra por primera vez tras su reciente adquisición y que se exhibe en una “cámara
oscura”.
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Muchacha durmiendo Luis Paret y Alcázar Óleo sobre lámina de cobre, 19 x 15 cm 1770 - 1799 Madrid, Museo Nacional del Prado |
La segunda mitad del siglo XVIII abre la sala quince a los temas populares que
muestran una clase social en ascenso y personas de oficios diversos que incluían ya a la
mujer, independiente y liberal. Así, Tres viajeros aéreos favoritos de Rigaud -
restaurada para la muestra-, retrata aspectos curiosos de fines de siglo como fue el
ascenso en globo en Londres, en 1784, que protagonizó junto a dos hombres una actriz
y modelo, la primera mujer en subirse en globo aerostático.
Acercándose al final de la muestra, la maqueta del Gabinete de Ciencias Naturales que
Villanueva presentó a Carlos III, que con el tiempo sería el Museo del Prado, preside el
decimosexto ámbito en el que los bocetos, cuadros de gabinete y pequeños retratos de
Goya se exhiben bajo la luz real de la claraboya de esta sala. Muestra de su excelencia a
la hora de retratar son dos diminutos redondeles de cobre –dos de las obras más
pequeñas de la exposición- que retratan a dos miembros de su familia política.
Es la pintura de pequeño formato del siglo XIX, presentada como la decoración de un
abigarrado salón de la época la que pone fin a este intenso y concentrado recorrido.
Los románticos seguidores de Goya, como Alenza o Lucas, se unen a los preciosistas
Jiménez de Aranda y Pradilla en un siglo en el que la burguesía y la mujer toman una
especial relevancia, como demuestra la exótica modelo del cuadro recién restaurado de
Palmaroli, En vue. El refinadísimo y también exótico Fortuny protagoniza esta última sala junto a Madrazo, Rosales o Carlos de Haes. Y, antes de que el visitante concluya su
personal recorrido, se encontrará a la salida con una curiosa despedida, un pequeño
guiño de nuestro tiempo, la Gioconda (del Prado) representada por una tarjeta postal
de principios de siglo que recoge en su reverso la noticia del robo del original del
Louvre en 1911, anotada por su dueño y donada al museo por su nieto Juan Alberto
García de Cubas, autor del diseño del montaje de la exposición. La amarilleada postal
de la Gioconda testimonia en el colofón de la exposición el proceso universal de
miniaturización del Museo y del arte que se produce gracias a la fotografía y la
reproducción mecánica de nuestra edad contemporánea.
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Diana y sus ninfas cazando Pedro Pablo Rubens Óleo sobre lienzo, 27,7 x 58 cm 1636 – 1637 Madrid, Museo Nacional del Prado |
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